Han muerto todas
y cada una de las
mariposas que
tenía en mi
estómago.
No has dejado
ni una sola viva.
Has arrasado con todo.
Como hacías antes, sí.
Pero ahora has ido
a matar
y no a comerme.
¿Cómo puedo
desahuciarlas
si están muertas?
Dime.
¿Cómo echas
a alguien de su hogar
habiendo
compartido miles
de horas juntos?
Miles de contraesquinas
de cadera contra cadera
que se han perdido.
Cientos de sonrisas
mientras dábamos un
paseo por lo único
que une nuestras cabezas
con nuestro cuerpo.
Decenas y decenas
de pensamientos
calificados como “guarros”
que a nosotros
nos parecían lo más
bonito y mágico
que podíamos hacer.
Dos cuerpos,
y sólo dos almas.
Dos caricias para empezar
y una sola persona
para acabar.
Recuerdo días
en los que vomitaba
las mariposas porque
querían ser libres
para besarte.
Se me ha olvidado
cuando lo hacías tú.
Si es que lo hacías.
Creo que se me
ha caído el último pétalo
de la margarita que me creció
en el pecho.
Coincide con la gota
del sentimiento externo
que una vez fue feliz
entre las piernas
de una margarita
fuerte, alegre,
llena de pétalos,
y que se abría
ante mi
boca.
He ido al médico.
Me falta hierro,
me sobra colesterol.
Tengo bajos los aminoácidos.
Me faltas tú.
Me comen los nervios
por dentro
porque ya no me
comes por fuera.
Y a mi antes
me gustaban las mariposas
hasta que has acabado
con cada una de
ellas.