sábado, 12 de julio de 2014

Aún no me sé el color de tus ojos.

Tengo tres cervezas en la mesa
y aún me cuesta recordarte,
medías vacías,
como el recuerdo de tu cara.
Te intento amoldar
a lo que para mi fuiste,
en realidad, lo que para mi
hubieras sido,
porque esa gota que te cae,
desgraciadamente, no es una lágrima
¿Verdad?

Es sólo una gota que cae del cielo
para completar el día tan gris
como tú recuerdo en mi cabeza.

No consigo fusionar
tú sonrisa con la mía,
me salen sonrisas perdidas
por toda la casa,
como nuestra ropa interior,
la cuál se convertía
en el uniforme de los días,
ya que por las noches
y sólo por las noches,
íbamos vestidos de amantes.

No recuerdo el color de tus ojos
pero te tengo tanto en mi cabeza
que me dedico a cambiarles la tonalidad
entre un "Te quiero de por vida"
a un "Has vendido mi tristeza".

Te veo en todos lados,
menos al mío,
y eso me duele más
que haber intentado olvidarte
por decimoquinta vez
y no haber podido morder
el labio inferior
de tu felicidad.

También te creías hipocondríaca
del amor,
porque a la mínima
ya pensabas que estabas enamorada,
cuando lo único
que querías hacer,
realmente,
era empotrarme contra la cama.

¿Y sabes qué?
No me arrepiento
de haber formado parte
de tu enfermedad.
Aquella que me dio,
que me quitó,
que te otorgó
y que nos martirizó entre tu cama y la mía,
toda nuestra maldita vida.



Inspirado en una ilustración de "Albertsoloviev".